El testimonio
delator había concluido. La mirada de Francisco se hallaba anclada en el
desconcierto absoluto. Ni siquiera pestañeaba. En contraste, el fiscal se
cruzaba de piernas y encendía un cigarrillo. Gesticulaba una sonrisa. Entre
bocanadas de humo y ciertas sonrisas hipócritas le preguntaba:
— ¿Qué tiene
para decir?
Exhalaba humo
y lo impregnaba en la camisa de Francisco, quizá sobrándolo.
—Que
injustamente estoy en problemas, acusado por alguien que no conozco y sin la
presencia de mi abogado.
—Vamos,
Francisco, usted es un hombre inteligente. Por lo tanto sabe muy bien que ese
testimonio podría enjuiciarlo hasta arrojarlo en una sucia celda. ¿O acaso
piensa pudrirse en la cárcel?
—Eso no puede
pasar —expresaba cabizbajamente, perdiendo fuerza en la voz.
—Pero todo
tiene solución. El bien es una utopía. Después de todo, tenemos los pies sobre
la tierra.
No cabían
dudas de que el fiscal lo había sorprendido. Acababa de arrojar el pucho al
piso y lo pisoteaba. Después se paraba y se le acercaba para apoyarle la mano
izquierda en la clavícula derecha. Muy seguro de sus actos, comentaba:
—Estimado
Francisco, este año quiero comprar un country en la zona de Pilar. No tiene una
idea cuán intensos son mis deseos de compartir tardes de campo junto a mi
familia.
—Pero usted
debería ahorrar —no lo miraba, tenía los ojos puestos en la puerta—, ¿cuánto
dinero le falta?
—Unos trescientos
mil.
— ¿Pesos?
—Argentinos,
claro.
El rostro de
Francisco recuperaba la sonrisa perdida. Indudablemente, los dichos del fiscal optimizaban
su estado de ánimo.
—Imagino que
no tiene copias de la grabación.
—Querido
Francisco, soy fiscal pero también un oportunista. Lo que se dice: un hombre de
negocios con habilidad e intuición. Para estos asuntos soy una roca. No tengo
copias.
—Siempre se
debuta por algo y gracias a alguien —sentía sus uñas en la clavícula—. Usted
sabe, la vida sería aburrida si los pecados fuesen ignorados. Ahora, ¿dónde
está esa putita?
—Bien
resguardada en la suite cuarenta y siete. Meterse con ella es como joder al
diablo. Le sugiero que no la toque.
— ¿Segundo
Noruega?
—Nada sabemos de
él.
—No hay problema,
yo mismo me encargaré de rastrearlo.
El fiscal
regresaba a su silla, acosado por las inquietas pupilas de su interrogado.
—Imagino que
usted es una tumba —le decía el fiscal al sentarse—. Ni su abogado puede
conocer este pacto.
— ¿Acaso tengo
cara de imbécil?
—Calle tiene
de sobra y reconozco que lo subestimé.
—Hace bien en
reconocerlo. Por mi parte le aseguro que su cuenta bancaria se verá abultada.
—Y yo le
aseguro que esa grabación ya le pertenece —formaba una pícara sonrisa—. ¿Aún
requiere de la presencia de su abogado?
—De los
favores se vive y yo le debo unos cuantos.
Sonaban las
carcajadas. El soborno se materializaba con un fuerte apretón de manos. Después
se paraban en simultáneo. El fiscal entregaba el grabador portátil, Francisco
lo arrojaba al piso y se calzaba el zapato para pisotearlo placenteramente
hasta destrozarlo en varios pedazos. El dinero de Francisco, mandaba.