viernes, 14 de diciembre de 2012

Entrega nro. 73


Mientras Segundo reflexionaba, Francisco renegaba y le reprochaba a Araña todas las fallas cometidas, rogándole al diablo que metiera la cola para barrer de un escobazo la existencia mundana de Felipe, quien, para su desdicha, no había respondido ni siquiera a una de sus tantas llamadas. El mandamás hotelero había tomado conocimiento de que su enemigo no había arribado al campo lujanense, el rastreador satelital delataba su regreso a la Ciudad de Buenos Aires. Ese hecho lo mortificaba, le costaba sobrellevarlo.
— ¿Cómo puede ser que tengas a cargo tantos chorritos ineptos? —lo insultaba Francisco, desbordado de ira, y lo arrinconaba contra la pared, arrugando con las uñas su costosa camisa de seda.
— ¡Pará, carajo! Así no vamos a alcanzar ningún objetivo. ¡Soltame!
Araña se mordía los labios, con los ojos desorbitados.
—Así nos van a hacer boleta. ¿No te das cuenta de que Felipe regresa a la ciudad? Lo debe saber todo. ¿Y ahora… y ahora qué mierda haremos?
—Si me soltás, te dire cómo procederemos.
Francisco cedía pero su enfado se potenciaba, se lo quería comer con la mirada. Su furia estaba desatada, había confiado demasiado en una banda con la que hacía tiempo no trabajaba, y eso también formaba parte de sus errores pero ya no había lugar para los arrepentimientos. Araña, como siempre había pasado, lucía distendido, tan relajado como si ninguna falla hubiese ocurrido, y ahí nomás le cruzaba un brazo por la espalda y lo invitaba a desplazarse, en dirección a una escalera que comunicaba con una puerta.
—Esperá un momento —lo distanciaba Francisco con las manos—. No tenemos tiempo como para ejercitar los gemelos en esa maldita escalera. A ver si nos entendemos, ¡estamos en serios problemas!
Pero Araña lo ignoraba y comenzaba a encarar los escalones de madera.
— ¿Vas a subir?, —le hablaba sin mirarlo desde el tercer escalón—. Araña nunca se equivoca.
Cuanta confusión acogía Francisco, estaba desconcertado pero a pesar de todo depositaba cierta esperanza en su destreza criminal para aniquilar vidas humanas. Cerrando los ojos, descargaba su furia en la baranda de la escalera y subía, escalón por escalón, desconociendo que en ese preciso instante Araña se sentaba en la puerta de un baúl para sorprenderlo.
—Vení —vociferaba desde el altillo—, quiero que veas algo que cambiará tu vida para siempre.