Adentrados en la ciudad de Buenos Aires, los ojos
inquietos de Felipe despedían las últimas lágrimas. Avanzaban por avenida
Cabildo, en el barrio Belgrano, a muy pocas cuadras del hogar de Teresa, la
mujer que Segundo había buscado hasta encontrar. Un artefacto explosivo se
desvivía por estallar y atentar contra las vidas de un chofer que ya tenía
acalambrado el pie de tanto acelerar, y un padre endiablado que sólo le
importaba ajusticiar la muerte de su hija. Un semáforo los detenía poco antes
de penetrar el viaducto Carranza.