martes, 11 de diciembre de 2012

Entrega nro. 67

Mientras tanto, en los suburbios de los suburbios de la villa de emergencia, Francisco completaba la partida ajedrecística, sorprendiendo a su contrincante con un ataque que, por cierto, huía de su desarrollada imaginación: ¡jaque!, lo alertaba con serenidad. Araña había comenzado a emitir un tic nervioso con el párpado derecho, sus pestañas parecían las aletas de un moscardón abofeteado. Su rey estaba siendo amenazado por una torre, un alfil y los dos caballos que seguían intactos. Sus cálculos no suponían semejante ofensiva pero, por sobre todas las cosas, no sabía perder. Era un mal perdedor, estaba malacostumbrado al éxito o erróneamente condenado al triunfo. De hecho, sus contrincantes nunca se atrevían a atacar pero Francisco poseía una personalidad definida, sólida, además de tener su autoestima por encima de las nubes. Pobre Araña, detestaba perder hasta en los juegos de mesa y olfateaba su derrota. Restaban pocas piezas en juego y un sin número de planteos estadísticos que ya mismo ansiaba resolver.