domingo, 28 de enero de 2018

VIETNAM, DOS AMERICANOS Y LA LUZ DEL DEMONIO (11va. parte)



Cuatro de las cinco chozas estaban desoladas. Restaba una cabaña. Por cierto era más precaria. John se adentraba lento, siendo consciente de que podía comerse una bala, una granada o una impiadosa y fatal cuchillada. En el centro había una cama. Era de dos plazas y estaba desarmada. También había una mesa de madera con cuatro butacas. Una botella de Coca contenía algo parecido al agua. Faltaba inspeccionar debajo de la cama. Tampoco había nada, más allá de una vara muy larga con forma de lanza. «¿Quién querría vivir en una aldea tan contaminada?», reflexionaba John reposando su cuerpo endeble entre las sábanas arrugadas. El colchón masajeaba su espalda. Sus ojos se cerraban.


VIETNAM, DOS AMERICANOS Y LA LUZ DEL DEMONIO (10ma. parte)



— Mira esas chozas, Mel, tal vez nos provean de sustento necesario para liquidar más vietnamitas.
— ¡Estás loco! Comer algo aquí es como tomar sopa con herbicidas.
— Tienes razón, el agua maldita nos aniquilaría en pocos días. Explora aquel descampado, yo me encargo de las chozas, y ten cuidado con Charlie, nadie lo ve pero siempre derriba.
En total había 5 chozas, construidas con rafias y bambúes a lo largo de un terreno cuya remota extensión no superaba medio campo de baloncesto. John merodeaba como un tigre de Bengala, con su M16 listo para entrar en calor y descargar balas homicidas. Las emboscadas en Vietnam eran implacables y no solían dejarte con vida.


domingo, 7 de enero de 2018

VIETNAM, DOS AMERICANOS Y LA LUZ DEL DEMONIO (9na. parte)



Los aviones C-123 Provider habían dejado de rociar con agua maldita la frondosa selva de Charlie, por ende ya era hora de iniciar la suspirada partida. John y Mel necesitaban urgente una apacible guarida. No se puede vivir sin dormir; después de 48 horas, el rendimiento cognitivo coincide con el de alguien que ha bebido diez copas de vodka, pero Morfeo tiene alas y puede inducir los sueños de cualquiera, incluso de quienes duermen en zonas insoportablemente bélicas.
Entre unos árboles deshojados, al borde de la muerte más despiadada y lenta, hallaban una aldea desértica.