— ¿Cómo puede
ser que me siga rechazando?, —se cuestionaba Felipe mientras se rascaba la
oreja donde había apoyado tantas veces el celular—. Esa chica está yendo muy
lejos. ¿Está con él? —lo miraba a Francisco.
—No tengo la
menor idea, pero no hay de qué preocuparse, don Felipe, nuestros hijos se
adoran. Piense en el bienestar de su hija. Mi hijo es un hombre con todas las
letras, jamás le faltaría el respeto.
Su
desequilibrio emocional era un hecho, estaba desorbitado, masticaba bronca, y
Francisco lo percibía, entonces abandonaba el asiento del carro para acercarse
a ese padre desesperado que temía la revelación de su princesa virgen en vías
de extinción. Tomó contacto con su hombro izquierdo, y con mucha serenidad le
dijo:
—Lo que más
deseo es que mi hijo la haga feliz. Démosle una oportunidad. Si usted confía en
mí también debería confiar en Segundo.
—Lo primero
que quiero es poder hablar con mi hija, y después compartir una charla con su
hijo. La única manera de conocerlo sería proponiéndole que trabaje con mi
equipo. ¿Estaría dispuesto a aceptar tal ofrecimiento?
—Pero claro,
hombre —quitaba la mano de su hombro—. Estoy de acuerdo. Qué mejor que trabaje
para usted. No tengo dudas de que así será. De todos modos es importante que
primero aclare las cosas con su hija. Si considera que ese noviazgo no debe
continuar, mi hijo lo comprenderá porque hablaré con él, y él —respiraba
hondo—, él es un muchacho pensante.
—Gracias,
Francisco. Sepa disculpar este mal momento.
—Queda todo
más que claro, y entre nosotros. ¿Por qué no jugamos al golf? Me da la
sensación de que aún es un gran golfista.
—Eso intento,
eso intento —murmuraba y observaba el banderín.
Felipe ya no
daba diente con diente, inhalaba aire puro después del huracán que había
arrasado con su calma. Los prometidos acababan el acto sexual en el preciso
instante en que él taqueaba la bola y lograba meterla en el hoyo. Un bicho
canasta se extinguía pero una mariposa comenzaba a volar, tan libre como las
golondrinas que emigraban en aras de tierras más prósperas. Eso sí, Felipe estaba
confundido, y demasiado preocupado.