Felipe y su princesa se habían retirado del hotel,
Francisco y Segundo descansaban en las reposeras de la terraza, enfrentados y
separados por metro y medio de distancia, despojando las tensiones acumuladas durante
la semana.
— ¿Qué harás
ahora? —le preguntaba Francisco.
—Llamarla. No
correspondía dejarle mi número telefónico.
— ¿Te dejó el
teléfono? Eso habla muy bien de ella.
—Me lo dejó
escrito en una servilleta. Eso habla de que es una nena caprichosa.
— ¿Entonces?
—se rascaba el mentón.
—Entonces
llamaré en un par de días, tampoco quiero que se la crea.
—Ahí está tu
error, ella debe creérsela. ¿No te parece?
Segundo lo
miraba y reflexionaba, estaba pensando demasiado pero se decidía a hablar:
—Sé
perfectamente cómo tratar a una dama. La llamaré pasado mañana.
—Entonces
mañana conocerás un lugar que te aseguro jamás podrás olvidar.
En silencio se
cruzaban de piernas, los dos al mismo tiempo, la derecha por encima de la
izquierda, y después se observaban, casi sin parpadear, como dos marcianos que
podían comunicarse sin hablar.