martes, 6 de noviembre de 2012

Entrega nro. 20


Teresa había confesado secretos y esa noche Segundo no había logrado conciliar el sueño, la causa: ella y una declaración que juzgaba a su padre como un hombre infiel, encima con la misma mujer con la que había intimidado pocos días antes. Segundo sentía asco, asco en todo su cuerpo, como si lo tuviese embarrado, maloliente. Es que había armado otra imagen de su padre, así también lo recordaba siempre su abuela: como un hombre de familia.
Restaban cinco minutos para las seis de la tarde. Segundo necesitaba conversar con Pedro, su mejor amigo, a quien no veía desde el partido de fútbol, evento acontecido poco antes de la muerte de su abuela. Su deseo se hacía realidad porque estaban sentados en el banquito de una plaza del barrio Puerto Madero, entre la costanera y los rascacielos, lugar geográfico donde solían juntarse esporádicamente, lejos del barullo ciudadano y los bocinazos de los coches. Estaban solos pero acompañados por un farol encendido y varios árboles bien podados que bordeaban cada caminito que se abría hacia los laterales de la plaza. A unos cien metros estaba el coche de Pedro, estacionado en la calle frente a los cimientos de una ambiciosa torre en construcción.
—Lamento mucho la pérdida de Carolina —le decía Pedro—, así como también lamento muchísimo no haber estado presente. Mi detestable jefe no tuvo mejor idea que trasladarme a otra ciudad.
—No te hagas problema, amigo, lo importante es que ahora estamos juntos.
—Sí… pero vos me conocés. ¿Seguro estás bien?
—No tanto, realmente, pero con ese hombre en la cabeza: Francisco Reina —masticaba su nombre.
— ¿Reina, Francisco Reina? Había entendido Fleina, pero Reina, ¿Segundo?, Francisco Reina es un poderoso empresario hotelero.
— ¿Perdón?
—Francisco Reina tiene un hotel, allá —señalaba la zona sur, hacia la zona del casino flotante.
— ¿Estás seguro?
—Más que seguro. ¿No dijiste que tenía un hotel?, bueno el Reina que yo conozco tiene un hotel en este barrio de ricachones. Es más, creo que se llama “La Estrella”. Mi jefe le provee jabones desde hace décadas.
— ¡La Estrella Fugaz! —resaltaba con entusiasmo—, pero Teresa comentó todo lo contrario, dijo que había cerrado sus puertas.
—Estoy casi seguro de que ese Reina es dueño de un hotel. ¡Estamos tan cerca! ¿Vamos?
— ¿A dónde?
—Al hotel.
— ¿Ahora?
—Es ahora o nunca. Dale, parate y subamos al coche. Estamos cerca, demasiado cerca —alentaba Pedro al pararse, estrechándole la mano abierta para acelerar su incorporación.