Dos ojitos
inquietos enfocaban la mirada hacia un par de butacas ocupadas, en la oscuridad
de una sala de cine de la avenida Santa Fe. En esas dos butacas, dos nucas
apuntaban hacia la pantalla, una película dramática acababa de iniciar, pero el
drama también se respiraba por detrás de esas nucas, a unas siete filas alguien
los observaba sin cesar, alguien que los había seguido desde la calle, más
precisamente desde el habitáculo de un vehículo, alguien que había querido
rastrearlos y efectivamente lo había conseguido. Ese alguien los había visto
salir por la puerta principal de un hotel del barrio Puerto Madero: Segundo
había salido tomando de la mano a una muchacha vestida con una calza negra y
larga hasta los tobillos, con una blusa rosada del mismo color que sus
zapatillas deportivas, bellísima, posiblemente más linda que ese alguien que
los venía rastreando, era una mujer, claro, una muchacha que por momentos tenía
sarpullidos en la piel de los brazos cada vez que ellos se abrazaban,
acaramelados, desde las butacas. Los celos le carcomían el cerebro, pobre
Martina, su Segundo estaba siendo abrazado por la bella Priscilla en esa sala cinéfila,
miraban una película que había comenzado con un romance pero Martina
experimentaba una película de terror, una película que olía peor que la
mismísima basura que desechaba a la calle todos los días. Era la segunda vez que Segundo y
Priscilla compartían una salida desde el paseo en yate por el río.