Quince minutos
después, tan sólo quince largos minutos de angustia y desesperación, Francisco
le aseguraba a Segundo con la mano puesta en el picaporte de la puerta de su
suite, porque el abogado le había golpeado la puerta con las manos desde el
pasillo alfombrado: “no te hagas problema, pibe, en unos días habrá una
solución, te la aseguro”. Y ahí nomás Segundo le estrechó la mano y se marchó
para encerrarse en su habitación. Unos tragos de licor podían ayudarlo a
olvidar.