Parecía
mentira, el mono trepaba por las ramas y les tocaba la cara. Las cabras, confundidas,
cabeceaban. Sus incesantes balidos demostraban que además estaban enojadas. ¿Cómo
no estarlo? Si el mono atrevido hasta les tocaba la cola. Jugaba a la mancha. Nos
hacía mucha gracia. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! El niño indio no paraba de soltar risas contagiosas.
No podíamos contener las lágrimas. Definitivamente la naturaleza nos enseñaba
su magia.