De
regreso por la extensa pampa, confirmaba cabeceando: «he salvado el águila para valorar la libertad». Con un vuelo rasante, el ave
sagrada seguía mis pasos, chillando, tal vez reafirmando lo que venía pensando,
porque pese a tantos obstáculos respirábamos el mismo aire sanmartiniano. Sentía
que mi madre me llevaba de la mano. La extrañaba tanto…