El
espíritu salía de su cuerpo, pese a que no quería hacerlo. Una portentosa
fuerza de niño bueno lo expulsaba con ímpetu para condenarlo al olvido. Yo tocaba
mi pecho. Quería asegurarme de que todo lo mío seguía en su sitio. ¡Encontré
esta botella de vidrio!, sorprendía mi chica del otro lado del exorcismo. Era
una botella de vino. No tenía nada dentro. Para nuestra sorpresa el niño la
estaba pidiendo. ¡Dásela!, le pedía a los gritos. Desde luego no entendía el
motivo.