—
¿Y ahora qué hacemos? —le preguntaba, perplejo.
—
Dejarlo. El mono no es nuestro y deberíamos irnos bien lejos.
—
¿Pero vos viste el espíritu?
—
¿Qué espíritu?
—
No importa —me rascaba la sien derecha—, sujeta su cola que
ahora mismo subo y nos vamos de este loquero.