Algo
tenía que hacer, claramente el ave lo iba a capturar. Nuestro zángano no había
sido diseñado para escapar. Metros abajo, donde la paz parecía reinar, el mono
soltaba la botella con una indiferencia que me llegaba a lastimar. Dando unos
pasos cortos me quedaba con ella. Me alegraba saber que la media seguía en su
lugar. Con la mano libre tomaba una piedra. Y allá venía, el ave rapaz, su extraordinaria
agilidad me hacía recordar a Johan Cruyff. Si se acercaba lo suficiente podía desnucarlo
de una pedrada para, así, dejarlo en offside.
Tal vez era mi única oportunidad y no la pensaba desaprovechar.