Algo
insólito estaba pasando. El mono despertaba abandonando el cobijo de mis brazos
escuálidos. Se abalanzaba sobre mi compañera. Ella perseguía contener sus ánimos
exaltados. Estaba inquieto, excitado. Como si ningún hechizo lo hubiese
tumbado. Su inopinada reacción me había dejado estupefacto. Le daba un abrazo. Increíblemente
buscaba besarle los labios. El gato trepaba mi brazo, maullando. Yo no podía
creer lo que estaba observando. A todo esto el caballo seguía marchando.