—
¡Milo, Milo! —abría mis ojos, Sofía, zamarreándome con una brusquedad que casi me
desprende las orejas.
—
¿Qué… qué pasa?
—
Veo cabras en unas ramas.
Sorprendido
por la noticia, bostezaba, y luego me volteaba, desconociendo si yo seguía soñando
o en cambio mi chica había entrado en un estado de delirio del cual no había salida. En
esos instantes el mono soltaba mi pierna.
—
¿Cómo que ves cabras en unas ramas?
Curiosamente
el caballo se detenía, cabeceando, o tal vez asintiendo con su enorme cabeza.
—
¡Allá! —señalaba hacia delante, y con el dedo índice me rozaba la mejilla
derecha.