Sudando
esfuerzo, erguía el cuello. El mono tieso bajaba de mi cuerpo. Con los codos en
el suelo, levantaba mi pecho. El niño alzaba los brazos en clara señal de reto.
¡Diablos, el demonio maldito se metía en su cuerpo! El pobre niño caía
derribado al suelo. Desesperado, me ponía de pie para socorrerlo. A unos pocos
metros, Sofía abandonaba el lomo de Ringo, soltando un grito lastimero que me
estremecía hasta los huesos.