Abría
los ojos. Había perdido el conocimiento. Mi cuerpo estaba tenso. El mono había
soltado el cuello pero seguía echado sobre mi pecho. Su cabeza llena de pelos estaba
inclinada en dirección al cielo. Estaba amaneciendo. ¡Qué espanto, de su boca
abierta escapaba el espíritu horrendo! Desgraciadamente buscaba adentrarse en
mi cuerpo. Pestañeaba para saber si se trataba de un sueño funesto. No podía
mover un hueso y quería desmayarme de nuevo.