A
mis espaldas el mono chillaba desaforado. Ya no sabía si quedarme quieto o
disparar como un desgraciado. Una canguro volvía a pasar entre nosotros,
brincando de pasto en pasto, con mucho entusiasmo. Curiosamente se perdía de
vista en los mismos pastos altos. Créanme, estaba realmente estupefacto.