Nuestro
zángano atravesaba vientos como un halcón audaz. Pobre aparato, el ave rapaz no
tenía pensado picotear un acuerdo de paz. Sin embargo cada vez que lo estaba
por capturar, Erchudichu lograba avanzar. Yo no tenía alas, lo quería salvar.
Ni siquiera contaba con algo con que disparar. Cerrando los puños intentaba
soportar la persecución fatal. Hasta había olvidado la botella y toda su calamidad. Y
eso que el mono se dejaba alcanzar porque ni siquiera atinaba a escapar.