Sofía
soltaba la botella de vidrio. El niño cogía su cuello, completamente
decidido. Su rostro sudado denotaba un esfuerzo que excedía a lo humano. Estaba
expulsando un espíritu maligno, no podía pasar desapercibido. Yo lo miraba, pávido
de miedo. Desesperado abría su otra mano, como si persiguiera lanzar un
hechizo. Maravillosamente el espíritu era arrastrado hacia el interior de la
botella de vidrio. Del otro lado Sofía emitía unos alaridos. Estábamos
conmovidos. En cuestión de segundos el espíritu había desaparecido, sin embargo
el valeroso niño aún se debatía entre la vida y el amargo olvido. Por la expresión de
su rostro sospechaba que necesitaba tapar la botella con algo que no fueran sus
deditos de gigante embravecido.