Arrodillándome
a un lado del niño, buscaba tapar la botella de vidrio. El pequeño valiente,
corazón de felino, ni siquiera soltaba el cuello, motivo por el cual se me hacía
difícil introducir la media en el circular orificio. Pese a todo, su dedo
pulgar impedía que esa cosa horrenda huyera del recipiente en busca nuevos espíritus.
¿Qué podía hacer ante semejante contratiempo? Con unas cosquillas traviesas en su
axila izquierda le forzaba a soltar la botella de vidrio. El envase caía al
suelo. Mis reflejos seguían vivos. Tan rápido como podía me apresuraba a tapar
el orificio. ¡Lo tengo!, exclamaba buscando ojos testigos, alzando la botella como
si fuera un trofeo, pero el mono sustraía mi premio con más maña que ratero.