Las
manos del mono apretaban mi cuello con una intensidad que me impedía respirar. Como
si no me bastara tanta maldad, su cola prensil se enroscaba alrededor de mis
rodillas, forzándome a una inmovilidad total. Exhibía sus colmillos, riéndose
con una frialdad que me costaba asimilar. Su rostro expresaba una mueca de Satán.
No podía mover el esqueleto. Aquel primate me resultaba ajeno. Algo
misterioso había sucedido con su espíritu. Lastimosamente me había convertido
en su enemigo. Ni siquiera era su adversario. ¡Cuánta impotencia! Me estaba
ahogando. Desesperanzado, intentaba librarme del fatal estrangulamiento. No podía
hacerlo, oprimía sin piedad. Me estaba desvaneciendo. Su desmesurado odio me hacía
delirar.