Cinco
recipientes cóncavos, de barro macizo y con asas adosadas al cuello, me hacían sospechar
que en sus profundidades yacía algo muy horrendo. El olor era tan intenso que
temía golpear mi cabeza contra el suelo. De hecho Sofía retrocedía unos metros.
También había recipientes más pequeños. Curiosamente contenían alimentos: granos
de maíz, papas con brotes en clara señal de envejecimiento. Asimismo algunos
instrumentos. Para mis lamentos nada que pudiera meter en mi cuerpo. El zumbido
de las moscas era eterno. Entraban y salían de las vasijas como si fueran su
reino. El olor me estaba desvaneciendo. De una patada tumbaba un recipiente al
suelo. El cuero cabelludo de un sujeto asomaba por el borde del vertedero para
enseñarme que en su interior había cuerpos cadavéricos.