—
¡Cuánto te quiero! —le expresaba emocionado, recorriendo con mis manos su cabello rizado.
Me
había echado sobre su cuerpo cálido, entre unas plantas que nos ocultaban del
cielo azulado.
—
Y yo te amo.
—
¿Demasiado?
—Mucho
más que mi cabello enredado.
Sonreíamos.
—Si
no tuvieras cabello, te seguiría amando.
Ella
respondía con un beso apasionado, de esos que te dejan electrizado. Tenía ganas
de hacerle el amor, pero nuestros valerosos compañeros seguían esperando. Ya
tendríamos tiempo para amarnos, en la misma huerta, cuando el niño indio cerrara los
ojos, en esas tórridas noches de verano.