Cuando
regresamos no los encontramos. Ni rastros habían dejado. Aunque sea medio palo
enterrado. Nada. Hasta la sombra se habían llevado, pero las cabras seguían
posando en las deshojadas ramas del árbol. Como si esperaran un retrato. Para
nuestro asombro el gran cabrón también se había trepado. Evidentemente se
movía más rápido que un rayo. Vaya retorno: tanto el indio como el gato y el
caballo se habían apartado, y eso me estaba desesperando.