Atacaban,
como abejas frenéticas se lanzaban contra el gato. Astor se dejaba caer y
finalmente tocaba el pasto. Los poco más de ocho metros de alto eran para él
apenas un salto. El mono colgaba de una rama chillando desaforado, pero el niño
estaba cercado. Sus manitas se aferraban al tronco, vociferaba algo. Una de las cabras buscaba lastimarlo. Si sus
cuernos le alcanzaban en el mejor de los casos podía quebrarse un brazo. Curiosamente
levantaba una mano pero su poder mágico no estaba funcionando. Corriendo nos
acercábamos al árbol para poder librarlo.