—
Sofía —despegaba mis labios para despedir la voz—, no lo tomes a mal pero algo
huele a pudrición.
—
¡Ay, gracias a Dios! Temía enojarte y que fueras vos… o yo.
—
¿Cómo me voy a enojar? Si hace un siglo que no contamos con agua caliente y un
bendito jabón.
Ella
sonreía, reflejando también cierta resignación.
—
Tal vez haya animales en proceso de descomposición —proseguía yo—. Huele a putrefacción.
—
¿Exploramos?
—
Por favor, tus besos son una tentación pero mis pulmones reclaman compasión.