—Te
lo dije, te lo dije —cabeceaba yo, como las cabras enrabiadas de las ramas.
—
¿Qué cosa me dijiste?
—
Que ese árbol no me agrada.
—
¿Y ahora qué hacemos?
—
¡Espantarlas!
—Es
imposible —alzaba sus brazos y temblaba—, son varios metros de distancia y esas
cabras están enojadas.
—Si
no fuera por el niño, les pediría venganza.
—
¿Venganza?
—
¿No has visto cómo el mono las acosaba?
—
Tenemos que hacer algo, Milo, ¡atacan!, ¡atacan!