—
¡Te quiero! —expresaba ella, emocionada por un sentimiento intenso.
Una
lágrima furtiva huía de la comisura de sus párpados para luego resbalar por su
rostro bello.
—
¡Yo también te quiero!
Los
besos secos me elevaban al cielo. Su respiración me llenaba de aire nuevo. Nuestro
cariño era tan sincero que el mal aliento no constituía un impedimento para
nuestras muestras de afecto. Acercaba mi pecho a su cuerpo. Nuestras piernas se
entrelazaban en clara señal de deseo. Por momentos abría los ojos para atesorar
los recuerdos.