Ninguna
planta sádica rajaba la tierra con rabia para apresarnos con sus pinzas
despiadadas, pero las cabras trepadoras estaban enfadadas. Prueba de ello era
la tormenta de balidos que, retumbando sin pausas, bajaba desde las ramas.
Estaban irritadas. Encima el mono les había tocado la cola. ¿Con qué necesidad?
Si ellas no habían hecho nada. Nuestros amigos estaban más locos que las cabras.