El
gran cabrón nos arrastraba por el campo desierto, como si sus cuernos curvados
hacia los vientos sureños pudiesen vernos. Enmudecidos pero enlazados por un
mismo sentimiento, corríamos percibiendo la energía que irradiaban nuestros
dedos. Verla a mi lado con sus cabellos sueltos me conmovía hasta los huesos. La
amaba más que a mis sueños bellos. Los balidos lastimeros nos incitaban a
seguir sus torpes movimientos. Sin saber nos alejábamos demasiado de nuestros
compañeros. Valía la pena correr el riesgo.