Sofía
tenía razón. Alunizar era más factible que pillarlo. En todo caso se habían
preocupado. Nos habíamos marchado. Ni siquiera habíamos avisado. Además, ¿cómo
podían cargarse a un caballo tan tozudo como un asno? Eso mismo me preguntaba
mientras contemplaba el árbol. Las cabras seguían posando, como si nada hubiese
pasado. Qué animales más extraños.