Con
una fuerza arrolladora, el cabrón del aquelarre iniciaba su arremetida para
aniquilarme sin piedad. No le seguían murciélagos, ni la luna brillaba como una
bola de cristal, pero su cabeza gacha vaticinaba que ansiaba mi final. Calma, si
esos cuernos me alcanzaban esta historia no hubiera tenido lugar. ¿Cómo podía
reaccionar? Escapar era una imposibilidad, apenas me había podido levantar.
Como solía pasar, me hallaba inerme ante la fuerza natural. Cada segundo me
resultaba una perpetuidad. Apretando los puños me preparaba para lanzarle una
patada colosal.