La
bestia cornuda avanzaba con un hambre de gloria que me hacía tiritar. Claramente,
me quería cuartear. Yo era su presa, pero aún tenía esperanzas de luchar hasta
el final. Y triunfar. Su mirada hostil se adentraba en mis pupilas, revolviendo
mis tripas hasta el punto de casi hacerme vomitar. Cinco metros, cuatro, tenía
que concentrarme para no morir a tan temprana edad, pero la bestia nefasta desviaba
el recorrido como si me quisiera evitar. Ni que lo hubiese podido imaginar, en
lo que dura un segundo rozaba mi pierna derecha, que ni siquiera había llegado
a levantar. Confundido hasta la idea de la inmortalidad, observaba su rápido
andar.