Precipitadamente
me disparaba hacia el mismo lugar donde suponía seguían estando nuestros amigos.
Mi querida Sofía se había alejado varios metros. Desgraciadamente el olor
nauseabundo se había colado en lo más profundo de mi esqueleto. En esas vasijas
había muertos. Estaba incrédulo.
—
¿Qué viste? —indagaba ella, esquivando hormigueros.
—
Potenciales espíritus en busca de nuevos cuerpos.
No
quiero exagerar pero corríamos tan rápido como el viento.