Los
latidos de sus dedos tibios se confundían con los míos. A paso rápido caminábamos
hacia unos pastos bravíos, entre las cabras trepadoras y el caballo, Ringo. Intercambiando
una mirada cómplice, sonreíamos. Su boca curvada concedía todos mis deseos. Recostaba
su espalda lentamente en el suelo. Ella entregaba su cuerpo como quien se
ofrece a los buenos sueños. Por cierto era un sueño lo que estaba viviendo. Arrimaba
mi cuerpo a su lado derecho. El niño seguía riendo. Eso quería decir que teníamos
tiempo para lo nuestro. No obstante siempre me agradaron los peligros.
Sus cabellos descansaban entre unos tréboles que con su suerte reverdecían todo
el terreno. Acariciando su cuello acercaba mi boca para darle un beso.