Superado
el fango, marchábamos. Había soltado el gato. Mis brazos flacos estaban
extenuados, y todo mi cuerpo, muy débil y lleno de barro. Daba asco. El suelo
estaba seco y era más ancho. Mis brazos ya no rozaban esas paredes que
me causaban tanto desagrado. Estaba exhausto. Tenía hambre, sed, y unas ganas
inmensas de darme un baño. Aunque fuese en un charco, pero sin barro.
Repentinamente, los graznidos del búho me dejaban pasmado. Estaba volando, con
sus brillosas pupilas que eran como fanales dorados. Nos rodeaba con su plumaje
pardo, revoloteando. Tenía la sensación de que quería revelarnos algo. De hecho
se estaba alejando. Nosotros le seguíamos para no perder el rastro.