Si
el ser extraño atacaba, yo le partía el cráneo, porque ya tenía la piedra en la
mano. Pese a que me temblaba, estaba dispuesto a fulminarlo. El gato había salido
disparado. Maullaba, acongojado, desde algún lado. Los otros dos seres se iban
acercando. Me estaban acorralando, y yo seguía sentado, en el suelo, con la
pared de tierra como mi único resguardo. Volvía a pensar en Sofía para recobrar
un poco el ánimo.