El
extraño ser extendía un brazo. Tenía cuatro dedos y eran muy largos. Me estaba
invitando a tenderle la mano. Yo estaba pasmado, pero me tranquilizaba saber
que no quería hacerme daño. «¿Y si es un engaño?», titubeaba en la encrucijada
con la piedra en la mano. El gato ronroneaba y me animaba a saludarlo.