Mi
arrojo intrépido me sacaba del pozo fétido, honrando todo mi mérito. El barro
estaba descendiendo, y con su mugrosa mezcla de tierra, agua y algunos
sedimentos, abandonaba el gato mi graso cabello, en dirección a mis brazos que
se esmeraban en darle sustento. Debemos afrontar los riesgos. El fango seguía fluyendo. Tras
unos pocos pasos se escurría entre mis zapatos curtidos por el tiempo. Mi
aspecto era desaliñado, parecía un pato empetrolado, pero había logrado cruzar
todo ese cieno. Me sentía un acorazado, de esos que sin vacilar enfrentan
los miedos.