Mis
buenos pensamientos se iban disipando. El pavoroso sonido de los pasos había
cesado. El silencio abrumaba y me dejaba aterrado. Ni siquiera el búho estaba
graznando. No me atrevía a abrir los ojos, pese a que la ansiedad me estaba
trastornando. Para males el gato temblequeaba y se encogía como una planta con
sed de años. Una corriente de aire fétido me daba en la cara y me hacía
sospechar que algo malo podía arrebatarme el ánimo.