«¿Por
qué ella puede dormir y yo no?, ¿acaso no le agrado?», me cuestionaba en un silencio
arrollador, tan inexorable, tan perturbador. «Es probable que sea una cuestión
de género», intentaba convencerme desde mi abultada ropa interior, pero para mi
confusión la cucaracha tomaba forma de ángel, y ahí nomás irrumpía Sofía, en la
dulce imaginación, con sus labios carnosos y esa sonrisa tan suya que podía cautivar
cualquier corazón, como si suspirando me rogase que la besara hasta quedarme
sin saliva y respiración. ¡Compleja imaginación, la cucaracha terminaba siendo
un regalo de Dios! No obstante tenía ganas de vomitar. Me sentía un personaje
de Franz, el famoso escritor. «¿En qué me estoy convirtiendo?», me reprochaba
por dentro, en un desesperado intento de reprimir el fuego de la excitación. El
celibato debe de ser insoportable. Ya no había insecto que contuviera todo mi
ardor. Ensoñando sábanas perfumadas perseguía abatir la frustración, y mi deseo
irrefrenable de hacer el amor.