Cinco
pasos, seis, tenía taquicardias. Ocultándome detrás unas plantas tan verdosas
como la valiosa esperanza que me animaba, bajaba la mirada. Allí podía ver un
cauce artificial para conducir agua, de unos cuatro metros de ancho, delimitado
por terraplenes que me doblaban en altura, pero en su interior había mujeres,
preciosas, eran seis en total, todas treintañeras, de ojos rasgados, mediana estatura y piel
oscura, dándose un baño en el manso discurrir de las aguas
que, hacia mi izquierda, bajaban. Sus cabellos eran lasos y azabaches. Tenían
aspecto de indias. Sus aquilinas facciones delataban que eran incas. Los labios
eran prominentes. Los pómulos, salientes. El agua les llegaba a la cintura. Sus
pechos estaban en forma. Mientras tanto el gato ronroneaba, soportando mis manos
sudadas que le presionaban la cara para impedir que maullara. Me oxigenaba.
Buscaba mantener la calma. No hablaba.