No
podía quedarme sin nada, la curiosidad me incitaba a ponerme de pie y caminar
esos pocos metros que me distanciaban de las risadas. Por momentos se les oía
jugar con agua, como si se salpicaran. De más está decir que estábamos en
presencia de agua. ¡Vaya milagro, suspiraba! Los pájaros albos me habían
enseñado que la naturaleza puede orientar como un mapa, pero los tábanos
sedientos me picaban en la cara, frenéticos de rabia. Cogiendo el cuello del
gato, me paraba.