miércoles, 4 de enero de 2017

EL IMPERIO DEL SOL (EPISODIO #318)


Qué absurdo despabilar, cuando desperté no había un alma a mi alrededor, excepto una cucaracha solitaria que, sin disimulo, vagaba torpe por mi pecho en dirección a mi haraposo pantalón, como si le doliera una pata o hubiera consumido alcohol. Mis manos, escuálidas, descansaban sobre el vientre, entrelazadas como si en cualquier momento me fuesen a sepultar. Para mi calma el sol resplandeciente me daba en la cara y no había ataúd alguno que me hiciera pensar en un aciago final. Reía con suavidad. Podía oír los relinchos del caballo contumaz. También el trino plumero de unos pájaros que no lograba asociar con ningún recuerdo de mi pasado en los jardines de la ciudad. Mis oídos estaban cansados. O tal vez atestados de tierra y esas cosas que se juntan cuando uno no se puede asear. Daba igual. Yo seguía recostado, intentando adaptarme a esa horrenda cucaracha que poco antes había imaginado y que, con un silencio cauteloso, no cesaba de avanzar, ignorando mi innegable autoridad. Propinándole un manotazo me liberaba de su desgarbado andar. No sé por qué pero sentí alivio al verla rodar. Quizá porque había imaginado un insecto que en el peor de los casos se había adentrado en algún orificio nasal. Peor hubiera sido imaginar un alacrán. En mi entrepierna todo estaba en su lugar. Me tenía que levantar, como Lázaro y varios más.