Pocos
minutos después, supongo, por la ubicación del engallado y presuntuoso sol, que
ya brillaba en su máximo esplendor, despertaba como un girasol observador. Para
mi confusión la cucaracha circulaba por mi pecho, pero esta vez en dirección al
cuello, con una osadía que me hacía admirar su valor. Y de fondo, bastante
lejos en el terreno, Sofía rompía a carcajadas, sin conocer yo los motivos de
las risotadas y todo su regocijo interior. Cerraba los ojos. Contenía la
respiración. Buscaba confundirla, a la cucaracha, que ya trepaba por mi cuello,
con la misma audacia insolente, o tal vez mayor.