CAPÍTULO V
No
estoy exagerando, frente a mis ojos incrédulos había una pendiente, y metros
abajo, en su superficie descubierta, un sinnúmero de individuos, que a paso lento
recorrían un camino, enfilados como hormigas. Cargaban objetos. Verlos me hacía
doler la cintura, me producía fatiga. Sin dudas estaban haciendo un gran
esfuerzo. Tal vez llevaban piedras. La fila era tan extensa que se perdía de
vista en el horizonte lejano. No podía evitar pensar en los egipcios, y en sus
construcciones faraónicas, pero aquellos individuos vestían como incas. De
hecho el indiecito sonreía, y me miraba, como diciendo: “no tengas miedo, son
de los míos”. No habíamos viajado en el tiempo. Yo confiaba en su mirada de
niño complacido.