El
sol había caído, pero también es cierto que antes se había despedido. Una luna
refulgente iluminaba nuestro camino. La naturaleza puede darte todo eso que
necesitas para recorrer un trayecto oscuro y desconocido. Nada de qué
preocuparse, más allá de que yo presentía que arrastraba un circo. Demasiados
animales en un campo con tantos peligros, pero los necesitaba para sentirme
vivo. Ringo nos había recordado que seguía siendo más tozudo que un burro con
el estómago vacío, por eso caminábamos por encima de su hocico, oyendo esos irritantes
relinchos que, como quejidos, hostigaban nuestros oídos. En mis brazos flacos
descansaba el gato: le daba cobijo. En los de Sofía, el mono Jorgito: le
mantenía tranquilo. Ella podía calmar hasta un cocodrilo. No conocíamos el
paradero de Erchudichu. A diferencia de nosotros su vida casi nunca corría
peligro. El campo era un desierto. Teníamos sueño. Empezaba a ser imperioso
pernoctar en un yuyal donde no convivieran cardos ni insectos agresivos.